Hace prácticamente un año, nuestra vida cambió por completo. La pandemia de la covid-19 obligó a tomar medidas restrictivas y tuvimos que encerrarnos en nuestras casas para evitar contagiarnos.
Nuestra interacción social se vio reducida a la mínima expresión, pasando de los besos y abrazos físicos a enviar estas muestras de cariño por vía telemática. Para salir a la calle, desde entonces, la mascarilla, la distancia de seguridad y los saludos gestuales se han convertido en imprescindibles.
En el mes de diciembre, los gobiernos de numerosos países del mundo anunciaron que se acercaba “el principio del fin de la pandemia” con la llegada de la vacuna contra el SARS-CoV-2. Y aunque la luz al final del túnel todavía se ve muy lejana y parpadeante, por lo menos se ve luz. Algo es algo.
Pero, aun siendo mínimamente optimista, está claro que ya nada volverá a ser como antes. Cuando todo pase y podamos visibilizar con más nitidez los efectos secundarios de la pandemia, es muy probable que lo que veamos sea devastador. No lo digo yo, lo dice el informe “Las repercusiones sociales de las pandemias”, elaborado por Philip Barrett y Sophia Chen, y hecho público por el Fondo Monetario Internacional el pasado mes de enero, alertando de que tras las grandes crisis sanitarias vienen los problemas sociales.
Destrucción de empleo, aumento de las desigualdades sociales, juventud sin futuro y uno de los más importantes y de los que menos se habla; los trastornos psíquicos y su repercusión, producto del shock emocional que ha provocado en nosotros la pandemia.
Serán, con toda probabilidad, tiempos difíciles. Los planes de futuro para muchas personas se han desvanecido y para otras muchas, sus preferencias vitales han cambiado. El mundo ha cambiado y nos ha cambiado.
Esta reflexión personal que comparto contigo, estimado lector, entiendo que no debe ser ajena a las administraciones públicas. La respuesta a las demandas ciudadanas deberá adaptarse a la nueva realidad porque las demandas ciudadanas habrán cambiado. Es probable que haya que reconducir proyectos de futuro y es posible que otros se puedan mantener. Una bifurcación inesperada en la senda del progreso. Ello requiere de un profundo ejercicio de humildad, diálogo y consenso entre todos los sectores sociales. Ese será el salvavidas que la ciudadanía buscará para agarrarse en medio del mar del desencanto, el hastío y la desconfianza.