La muerte de Adolfo Suárez devuelve a la actualidad un proceso político e institucional ejemplar, utilizado como referencia aún hoy en todo el mundo, que permitió pasar de la dictadura a la democracia en tiempo récord y sin violencia, salvo los dolorosos episodios concretos por parte de extremistas que felizmente fracasaron.Ahora que hay una comprensible falta de confianza en las instituciones y una aguda desafección por la política, debemos recordar la decisiva contribución, impulsada por el Rey y continuada por Felipe González de un presidente del Gobierno, Suárez, cuyo nombre merece una destacada posición en los libros de Historia.
Aquella etapa que Suárez protagonizó constituye una lección que, como sociedad, debemos poner en valor y transmitir a las generaciones que no la vivieron. España, que se encuentra en un momento quizá tan crucial como aquel, debería reproducir aquel proceso en lo sustancial. Si hubo unos Pactos de la Moncloa que sentaron las bases del crecimiento del país y crearon las condiciones para el ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea, si cincelamos una Constitución que nos convirtió en un Estado social y democrático de Derecho, ahora debemos ser igual de capaces de entendernos, de cerrar acuerdos con la visión del largo plazo, de esforzarnos, de ceder, de renunciar a lo accesorio con tal de alcanzar lo sustancial, de poner «todos» por delante de «yo».
Lo que hizo Suárez fue un ejercicio de orfebrería política: partiendo de una enorme fractura, en unas condiciones tremendamente adversas, logró el objetivo de la inclusión mediante el consenso. Su legado está plenamente vigente, pues sin su gestión no estaríamos disfrutando del mejor marco de convivencia que nunca ha habido en España, una estabilidad política sin precedentes propiciada por un diálogo permanente y fecundo entre las fuerzas políticas del momento: UCD, PSOE, AP, PCE, CiU y PNV.
Los sentimientos prácticamente unánimes que está generando el fallecimiento de Suárez nos devuelven al espíritu de la Transición. Deberíamos extrapolarlo al tomar las decisiones que deben garantizar nuestro futuro en esa Europa que tanto anhelábamos y en la que ahora estamos integrados, con los derechos y las obligaciones que conlleva.
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