Lo ocurrido en el barrio burgalés de Gamonal en las últimas fechas es producto de la indignación de la ciudadanía que está hastiada de la política del todo vale, de las típicas “alcaldadas” del regidor de turno, de las corruptelas y del pelotazo sin escrúpulos. Así podemos resumir las continuas protestas que están sacudiendo la ciudad y que se han extendido como la pólvora por todo el país, como ocurriera con otros movimientos sociales nacidos a raíz de la crisis económica y del abismo de clases que ésta ha provocado.
Gamonal es un barrio obrero que tiene graves carencias en infraestructuras básicas, con zonas vecinales muy deterioradas y servicios esenciales que brillan por su ausencia. Con un paro que ronda el 50% –y que en el aspecto juvenil llega hasta el 70%– el barrio ha visto como la prioridad del Alcalde y el Grupo de Gobierno es la creación de un aparcamiento y un bulevar en su arteria principal por valor de ocho millones de euros. Los vecinos se opusieron de manera frontal al proyecto desde el inicio y solicitaban que esa inversión fuera destinada a paliar los graves efectos de la crisis que ha castigado con dureza al barrio. Tras los intentos fallidos mediante el diálogo y el consenso, decidieron salir a manifestarse ante la ceguera del alcalde popular Javier Lacalle, empeñado en desarrollar un proyecto que los propios vecinos aseguran que beneficiará a intereses empresariales e inversionistas.
La presión social y la amplificación mediática han provocado que el Alcalde haya tenido que frenar el proyecto y los vecinos han visto, en la defensa de su barrio, una oportunidad para protestar por una política que por un lado los ahoga, los excluye y les hace culpables de la crisis y por otro, fomenta la connivencia con determinados intereses económicos y empresariales cuyo único objetivo es aprovechar la oportunidad.
Los sucesos ocurridos en Gamonal son una muestra más de que la ciudadanía ya no es ese “ente” acomodado al que el político debe rendir cuentas cada cuatro años. La ciudadanía ha pasado a ser un actor principal que quiere participar en la toma de decisiones que le afectan directamente. Sin saber si será un hecho aislado o supondrá un punto de inflexión, está claro que puede tener un efecto contagio en aquellos municipios de nuestro país donde la actuación de los primeros regidores deja mucho que desear y, a raíz de estos sucesos, es probable que empiecen a plantearse aquello de la participación ciudadana.
Pero sin duda, lo más llamativo es que el movimiento vecinal surgió sin siglas, sin consignas políticas, sin estrategias maquiavélicas de determinados sectores y sin la tutela de los partidos. Surgió de la rabia e indignación. Ciudadanía en estado puro, y eso coge por sorpresa a mucha gente acostumbrada a poner etiquetas, con unos minimizando las protestas y otros intentando politizar una movilización que no son capaces de generar por sí solos. En ambos casos, una demostración de que no han entendido absolutamente nada de lo que se vislumbra en el futuro.
19/01/2014
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