Aunque esperada desde hace bastante tiempo debido al cáncer que padecía, la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, no deja de ser una noticia dolorosa.
Me apena su fallecimiento, no sólo porque se marcha el hombre, sino porque se marcha un visionario que creía firmemente en el derecho de los pueblos a decidir su futuro, en que el destino de las personas no tiene por qué estar escrito en función de donde naces y que el sueño de un mundo más justo e igualitario puede convertirse en realidad. Chávez era el representante genuino del pueblo. Un líder carismático que se comunicaba con el pueblo como nunca ningún gobernante lo había hecho antes. Ganó trece citas electorales de las catorce que se convocaron en el país durante sus años de gobierno y dejó tras de sí un legado ideológico de incalculable valor social que brillará con luz propia y servirá de referente para las futuras generaciones.
Querido y odiado a partes iguales, Chávez no dejó indiferente a nadie, y aunque cometió errores, como humano que era, demostró ser un político de raza que defendió a su gente con coraje y les devolvió la dignidad y el orgullo de sentirse venezolanos y latinoamericanos. Hasta sus más férreos oponentes no dudan en señalar el profundo cambio que experimentó Venezuela con su “Revolución Socialista del Siglo XXI”.
Antes de la llegada del comandante al poder, la venezolana era una sociedad hegemonizada por lobbies económicos y financieros que controlaban las riquezas naturales del país, y especialmente el petróleo, sin preocuparse de generar la más mínima infraestructura y condenando a la pobreza e indigencia a la gran mayoría de la sociedad, una mayoría que por no tener no tenía, en muchos casos, ni derecho al sufragio.
Catorce años después, Chávez se marcha dejando una Venezuela que prosperó económica y socialmente, cuyo gobierno supo combinar gobernabilidad económica con estabilidad política e inclusión social, trípode en el que descansa la legitimidad de su “Revolución Socialista del Siglo XXI”. La promulgación de una ley de hidrocarburos en el 2001 permitió a la Compañía Estatal de Petróleos, hacerse con el control mayoritario del sector, lo que permitió un crecimiento exponencial de la recaudación petrolera por parte del Gobierno en medio del alza de los precios del crudo. Con esa medida como eje económico principal, el PIB real se incrementó casi el doble, al crecer en un 94’7 % a un ritmo anual de 13’5%. La deuda externa del país pasó de un 30% a un 14% y el paro descendió pasando del 11% al 8%.
Los beneficios de la compañía Estatal de Petróleos, de carácter público, se reinvertían en la sociedad a través de programas sociales para los más desfavorecidos del país, lo que permitió que la pobreza se redujera en un 50% y la pobreza extrema en un 75%. La inversión en protección social se multiplicó por tres. En materia sanitaria, se multiplicó por doce el número de médicos y centros de atención, además de acabar con el analfabetismo y doblar los índices de escolarización en el país.
En el plano internacional, Chávez rebasó sus fronteras. A la izquierda latinoamericana le dio un discurso para el futuro y una tarea para el presente; la necesaria integración y conexión de los pueblos del sur. Su propuesta de solidaridad internacionalista muy intensa, ayudó materialmente a otros pueblos y países del entorno en su desarrollo económico y social, lo que generó una nueva relación de intercambio económico frente a la pretensión de Estados Unidos de establecer tratados de libre comercio para Iberoamérica.
Bajo su influencia, gobiernos como el de Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua, consolidaron a la izquierda en el poder, y en los dos primeros casos con fórmulas de cuño chavista: reforma constitucional, reelección y asistencia a los más pobres. En países como México, Colombia, Chile y Perú, su influencia fue menor, pero no por ello menos importante.
El gobierno de Chávez demostró que es posible tener una postura internacionalista y anti-imperialista, defender el socialismo como objetivo y, al mismo tiempo, mantener un fuerte apoyo popular, gobernar y reforzar la democracia de los pueblos.
Sin duda, Hugo Chávez ha sido la expresión más potente de una revolución que, con su fallecimiento, trasciende histórica e ideológicamente hacia un movimiento social que ahora está obligado a seguir cambiando el continente y el mundo, recorriendo la hoja de ruta marcada por el Comandante. Así, podemos asegurar sin que suene a frase hecha, que murió el hombre pero nunca morirán sus ideas.
09/03/2013
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