O Europa empieza a aplicar políticas encaminadas a mejorar la situación de las clases medias y trabajadoras o el futuro de las democracias estará en manos de quien no cree en ella.
Primero fue Hungría, luego llegaron, Francia, Suecia y ahora Italia. Una mala noticia para Europa; La formación posfascista Fratelli d’Itali ha ganado con rotundidad las elecciones y dirigirá el gobierno de coalición junto con el resto de fuerzas de la derecha. El fascismo está en auge en prácticamente toda Europa. En el caso de Francia, Suecia, Portugal o España, su crecimiento se da a pasos agigantados y las elecciones celebradas ayer en Italia no son una excepción.
El anunciado triunfo de Giorgia Meloni es la confirmación de que la ultraderecha más peligrosa emerge de los rescoldos del descontento y la frustración, provocado por las sucesivas crisis económicas, los subsiguientes años de ajustes, recortes y políticas de austeridad que provocaron la pérdida de poder adquisitivo, aumento del paro y pobreza que expulsó a grandes masas de ciudadanos del sistema. Las condiciones óptimas para que se desarrollasen alternativas populistas de extrema derecha con un nivel de adhesión popular sin precedentes hasta ese momento.
Meloni es el resultado contemporáneo de años de adaptación y enmascaramiento del espacio de los fascistas que desfilaban con botas de cuero y camisas negras hacia Roma. Una adaptación basada en el mantra de patriotismo y proteccionismo dirigido a un sector muy concreto de la sociedad: las clases medidas y trabajadoras.
Las mismas clases medias y trabajadoras que sufrieron el ataque directo de las políticas de austeridad que se aplicaron tras la crisis de 2008, y que hizo saltar por los aires el Estado del Bienestar. El dato es clarificador a la par que devastador; desde 2008, el número de millonarios ha crecido en la misma proporción que subían los índices de pobreza. La distribución de la riqueza se ha orientado hacia la acumulación por parte del 1% de la población del 82% de la riqueza total del planeta.
Desde entonces, y salvo alguna honrosa excepción como Portugal o España, los diferentes gobiernos liberales, conservadores, socialdemócratas o de la nueva izquierda, en toda Europa, no han querido o no han sabido resolver esas diferencias que se han ido acentuando con el paso de los años.
En este escenario, el fascismo crece, sobre todo por el apoyo de las clases populares. Porque la ciudadanía ya no le tiene miedo, ya que, en realidad, lo que asusta al pueblo es el presente y el futuro más inmediato. Con salarios que se agotan el día 10 y porque el pago de hipotecas o alquileres se lleva el 60% de lo que gana una familia, las perspectivas de futuro son tan oscuras, que cualquier clavo ardiendo es bueno para agarrarse.
Lo ocurrido en Italia es otro aviso serio, si no es el último, para los demócratas europeos. O Europa empieza a aplicar políticas encaminadas a mejorar la situación de las clases medias y trabajadoras y deja de ser un mero ejecutor de las medidas neoliberales impuestas por la tecnocracia, o el futuro de las democracias estará en manos de quien no cree en ella.