Estamos ante una situación histórica, en la que cada vez vemos a más chicos que deciden voluntariamente entrar en el ejército, empujados por sus propias frustraciones personales. Generalmente, quienes lo hacen no tienen otra alternativa que esa que les brinda un sistema que procura así enmendar sus propios errores. No dejan de ser productos de una sociedad que ha fracaso.Pero esa no es la cuestión de base, porque cada uno hace con su vida lo que crea más conveniente. Lo que realmente me molesta es escucharles defender las bondades del ejército y hablar de la guerra como quien está hablando de un juego.
Y lo que me molesta aún más es que intenten imponer su visión a toda costa, sin importar la argumentación que tú puedas dar. Te das cuenta que por mucha información que intentas mostrar, jamás podrás hacer frente a una visión nublada por la falta de conocimiento y de información que lleva aparejado vivir en un sistema que los desprecia.
Se pierden en parafernalias piramidales arcaicas y en la fastuosidad de unas fallas militares irreales, que les confunde de tal manera que les impiden ver que las chaquetas de los uniformados de gala que tanto veneran, esconden la sangre derramada, las lágrimas brotadas y la desesperación de algún pueblo indefenso que ha visto como los ojos de sus niños han perdido su inocencia para siempre.
No son capaces de asimilar que las condecoraciones suntuosas que algún inconsciente mira con orgullo colgada en su pecho, están forjadas con el grito silenciado de aquellos que nunca entendieron, y a sus familias tampoco les explicaron, el significado de las palabras “daños colaterales” o «fuego amigo». Por cada “héroe” que regresa a casa para sufrir en silencio los fantasmas que le atormentarán día tras día en los pasajes tenebrosos de sus mente, se quedan atrás tantos otros héroes que lo último que han visto son las mil y una caras del miedo.
La guerra no es ese juego en el que tú eres el héroe y una vez que acaba, te levantas para almorzar con papi y mami. La guerra es un juego en el que tú, soldadito orgulloso de defender a tu patria, tu dios y tu bandera, eres un simple peón en el tablero de ajedrez mundial.
Con suerte te moverás en alguna jugada de la que saldrás indemne, pero estás predestinado a ser comido por los caballos o sentenciado por los alfiles que te apuntan a lo lejos desde que comenzó la partida. Quizás, con un poco de suerte, puedas llegar a rendirte ante el poder de las torres y a terminar tus días pidiéndole clemencia a ese hermano de sangre al que tanto daño has hecho.
De momento, sigue dándote golpes de pecho defendiendo algo en lo que naciste sin creer y confórmate con seguir vivo. Algún día, el fantasma de la guerra tocará en tu puerta, y papi y mami, no estarán ahí para llamarte a almorzar. ¡Salud!
07/12/2012
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