Ahí llegó el tercer golpe. Sánchez conseguía ganar tiempo. Tiempo para ir desinflando el ambiente social en Cataluña.
Desde hace unos años, la política catalana se ha caracterizado por ser hipertensa, hiperbólica y, a veces, surrealista. Desde que se demostró que la política de porrazos aplicada por el PP lo único que provocó fue generar más tensión y crispación, la única vía alternativa pasaba por el diálogo y la búsqueda de acuerdos dentro del marco de las reglas del juego. Vamos lo que viene siendo la herramienta básica de cualquier democracia, por mucho que los fascistas envueltos en la bandera de España lo tachen de traición.
“Parlem?” era el mensaje que más se repetía en los carteles de las concentraciones independentistas reclamando diálogo para desatacar la situación política en Cataluña, y en Moncloa, donde hay asesores políticos muy hábiles, recogieron el guante firmando una jugada que podría haber llevado el sello del mismísimo Iván Redondo. Ese supuso el primer golpe al nacionalismo catalán. Sí, habría mesa de diálogo.
El anuncio por parte del Gobierno de España supuso el primer cisma interno en el nacionalismo catalán. ERC lo asumió como un éxito absoluto, mientras que su socio, JUNTS, argumentaba que lo que allí se hablara no serviría de nada si no estaba Sánchez.
Días más tarde, Sánchez lanzó el segundo golpe a la línea de flotación del pacto independentista; anunció que estaría encabezando la delegación del Gobierno de España en la mesa de diálogo.
Otra fractura para el pacto independentista catalán. ERC lo vendió como una promesa cumplida en campaña electoral y JUNTS, que no asume que ya no lidera el independentismo, intentó boicotearlo proponiendo a integrantes que no estaban en el gobierno, saltándose los acuerdos básicos de la mesa. Y entre medias, la CUP, el partido anticapitalista y tercero en discordia en el sostenimiento del gobierno catalán, anunciando movilizaciones contra lo que tachan de “traición” al independentismo.
Con este panorama llegó el día de la primera reunión. Más de dos horas de conversación que se redujeron a que hay que seguir trabajando, que hay que establecer un calendario y que están de acuerdo en que no están de acuerdo.
Ahí llegó el tercer golpe. Sánchez conseguía ganar tiempo. Tiempo para ir desinflando el ambiente social en Cataluña y para que el pacto de gobierno catalán se vaya quemando a fuego lento.
Y mientras Aragonés intentaba apagar el incendio político declarado en el palacio de la Generalitat, provocado por las críticas de JUNTS a la mesa de diálogo y por la manifestación de la CUP, recordando que su apoyo tiene fecha de caducidad si no hay avances en el proceso independentista, Sánchez se tomaba un café en una terraza con Salvador Illa, el líder del PSC. Quién sabe si le diría: –Salvador, calienta que sales.