Nos enfrentamos, irremediablemente, a otra oportunidad perdida y a una miopía que, con la llegada del verano, empieza a extenderse allí donde la nitidez debiera imperar.
Desde que iniciamos el 2021, todas las esperanzas de recuperación económica en nuestra tierra estaban puestas en la campaña de verano en la que ya estamos inmersos. En ella se veía el primer impulso para reflotar el principal motor económico de Canarias; el turismo.
Los datos incitaban al moderado optimismo. El plan de vacunación comenzó y, hasta la fecha, ha ido cumpliendo plazos y superando los objetivos establecidos. Las medidas sanitarias de restricción para controlar el avance de la pandemia estaban surtiendo efecto. El color verde del semáforo epidemiológico semanal empezaba a ser la tónica habitual en las conversaciones diarias.
A finales de mayo parecía que se podía llegar al objetivo de mantener la incidencia en el Archipiélago por debajo de los 50 casos por cada 100.000 habitantes, pero no fue así. Ya avanzado el mes de junio, Canarias superó ese umbral, quedando fuera de la lista verde de muchos países europeos, como Reino Unido, que utilizan este baremo para recomendar o no los viajes.
Sin embargo, con el fin del estado de alarma y la ausencia de instrumentos de contención con los que operaban las autonomías y regiones, la responsabilidad quedaba en manos, fundamentalmente, de la conciencia ciudadana individual en beneficio de la sociedad.
Si bien es cierto que la disciplina y el rigor de la mayor parte de la población ha sido y es encomiable, basta que un pequeño sector normalice la situación y relaje las medidas de precaución para que se resquebraje el frágil dique de contención contra el virus.
Pero la fatiga pandémica nos deja, también, una irresponsable dirigencia política enfundada con el manto de las estrellas verdes, pretendiendo emular a la nueva musa de la derecha española, en su versión más majadera, trasnochada y rancia, así como un auto judicial cuyo acatamiento y respeto es directamente proporcional a su absoluto cuestionamiento. Todos ellos, ingredientes necesarios para que se vuelva a desatar una tormenta perfecta en clave de contagios, ingresos hospitalarios y restricciones.
Con 378 nuevos contagios de coronavirus en el Archipiélago, según datos de la Consejería de Sanidad del pasado uno de julio, se trata de la segunda cifra más alta desde que se tienen registros, y con otros destinos peninsulares y europeos competidores mejor posicionados, la pérdida de la campaña de verano ya es un hecho casi incuestionable y el impacto económico en Canarias podría ser incalculable.
Nos enfrentamos, irremediablemente, a otra oportunidad perdida y a una miopía que, con la llegada del verano, empieza a extenderse allí donde la nitidez debiera imperar.