Que el PP ha cruzado todas las líneas rojas de la convivencia democrática es un hecho absolutamente constatable.
Lo que ocurrió en el Congreso de los Diputados en la votación de la reforma laboral, no es un error. No, no me refiero a la elección digital realizada por un diputado del PP que nadie conocía hasta el jueves. Me refiero a la radicalización del PP que, asediado por la extrema derecha, está reventando las costuras básicas del sistema democrático.
Que el PP ha cruzado todas las líneas rojas de la convivencia democrática es un hecho absolutamente constatable. Que ha socavado la concordia ciudadana, el respeto a las instituciones y la aceptación de las mayorías democráticas es una evidencia a ojos de cualquier analista mínimamente objetivo. Y eso no es un error.
El PP se ha tirado a los brazos del populismo radical intentando aplicar aquello del “cuanto peor, mejor”, para asombro de los partidos conservadores europeos que están jugando un papel fundamental en la consolidación y estabilización de las democracias europeas ante el auge del fascismo.
En tanto que la derecha moderada europea está batallando por encontrar soluciones consensuadas a los problemas sociales y económicos producidos por la pandemia, son leales al sistema político democrático y firmes defensores de las normas y valores que lo sustentan, en nuestro país, la creciente simbiosis entre el PP y la extrema derecha, ya no solo cuestionan el más mínimo marco democrático, sino que lo ponen en una peligrosa tensión.
La semana acaba, de manera mediática, con los editoriales y noticias de si el diputado más famoso del país se equivocó o no en la votación, pero también ha sido la semana del asalto al pleno del Ayuntamiento de Lorca y la semana de la sospecha de “tamayazo” en el Congreso de los Diputados. Y en todos esos follones, casualmente, están el PP y la extrema derecha como está el perejil en cualquier salsa. Y eso no es un error.
No nos quedemos en la anécdota de si hubo o no una equivocación en un voto telemático del debate de la reforma laboral. Analicemos. Quizás se haya llegado a ese punto porque se urdió un plan de intereses espurios para acabar con el mayor consenso en décadas mediante la utilización de dos diputados tránsfugas. Y eso, estimado lector, eso no sería un error, como buena cuenta dio el “tamayazo” de Murcia.
Cabe preguntarse cuál ha sido el precio de esta traición a millones de trabajadores para los que esta reforma laboral no es un jueguecito político de mezquinos intereses. Quédense con sus nombres, Sergio Sayas y Carlos García Adanero, porque probablemente, en la siguiente legislatura, aparezcan milagrosamente en otras listas electorales. Y eso, no será otro error.