Es el momento de la reflexión, de analizar dónde estamos y a dónde vamos. Es el momento de actuar, pero de actuar en serio. De actuar de verdad, porque ya no nos queda nada. Porque todo aquello que con orgullo habíamos heredado ha desaparecido. Nos lo han arrebatado todo, absolutamente todo. Y cuando ya no nos queda nada, nos volvemos peligrosos e impredecibles, porque ya no tenemos nada que perder.
Actuar ¿para qué? ¿Para volver a estar donde estuvimos? ¿Para volver a ser lo que fuimos? No, no se trata de eso. Se trata de volver a recuperar lo que nunca debimos dejarnos saquear. No solo los derechos sociales, no solo los derechos laborales, no solo nuestros derechos como ciudadanos, sino nuestra dignidad. La dignidad de volver a sentirse persona, la dignidad de tratar y ser tratados como iguales, la dignidad de vivir en un entorno en el que el propio sistema te cobija y te protege. La dignidad para volverte a sentir orgulloso de dónde vives. Eso, que es más que un sentimiento, es lo que debemos volver a recuperar; como personas y como sociedad.
Porque no somos números rojos en un listado de un despacho en Bruselas, porque no somos piezas sustituibles de un sistema caduco que está enfermo por su propia avaricia. Somos más que eso, somos personas que sufren por no tener cobijo, que lloran por no tener qué comer, que mueren por no tener dinero para pagar sus medicinas. Personas, la mayoría de ellas, que han perdido todo, incluso las ganas de seguir mirando al futuro.
Agarrarnos como un clavo ardiendo a nuestro orgullo como personas, como parte de una sociedad y como pueblo, es lo único que nos queda para recuperar nuestra dignidad y volver a empezar a construir un nuevo futuro. Un futuro en el que nuestros hijos y nietos puedan decir con la cabeza alta; Lo intentaron.
Por eso, es el momento de levantarse, de actuar con orgullo, de recuperar nuestra dignidad, de elegir nuestro camino y de decidir nuestro destino. Quizás suene a imposible, pero lo imposible solo tarda un poco más.
01/10/13
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