La situación económica mundial lo ha arrasado todo, incluyendo el proyecto de una Europa unidad en paz y armonía. Los gobiernos están mucho más preocupados por solucionar los problemas nacionales que de plantearse el futuro de Europa, y en otros casos, ya se habla abiertamente de abandonar la Unión Europea.
La grave crisis por un lado, los nacionalismos cada vez más insolidarios y una estructura institucional y política muy débil hacen que el proyecto europeísta que se inició hace más de sesenta años esté al borde del colapso y su desaparición definitiva. Es decir, esta crisis ha puesto de manifiesto que la Unión Europea es un proyecto incompleto y que no basta solo con una “unión monetaria” que carece de instrumentos políticos que garanticen la estabilidad del proyecto.
Renovarse o morir. Ese es el futuro que le espera a Europa y a sus estados miembros, por eso las elecciones del próximo 25 de Mayo son las más importantes jamás vividas en unos comicios supranacionales. El Parlamento que salga elegido de las urnas, tendrá ante sí un reto importante para mover a Europa y propiciar las transformaciones que necesita la unión y que, en mi humilde opinión, deben girar en una reforma institucional y democrática.
Un alto cargo del gobierno de EEUU dijo que cuando ellos tienen un problema con Rusia o China, saben a quién llamar y quién se pondrá al otro lado del teléfono, y eso con Europa no pasa. Ahí radica uno de los grandes problemas. Los ciudadanos de la Unión saben mucho más sobre Romney, Obama, Clinton y McCain que de Barroso y Van Rompuy. ¿Por qué? Porque no son percibidos por la sociedad y porque su labor queda desdibujada al ser Alemania y Francia quienes toman las decisiones a puerta cerrada y ninguno cuenta con poder para expresarse en nombre de Europa.
Eso debe cambiar tras las elecciones. Europa debe prepararse para elegir a su dirigente por sufragio universal directo. La función primordial de una democracia es sin duda la de poder despedir al dirigente que ya no queremos y elegir a otro en su lugar. Se hace necesario empezar por lo más básico, el impulso a una constitución europea, como norma fundamental, que garantice los derechos y deberes de los ciudadanos así como la multiculturalidad enriquecedora que posee Europa debe ser vital en el proceso de reformas que se deben adoptar. La creación de una Europa de las democracias donde la soberanía sea compartida, convertiría a Europa en una verdadera superpotencia.
Una ley electoral europea que adopte un “procedimiento electoral uniforme”, permitiría a los partidos europeos presentar cabezas de listas comunes por circunscripciones nacionales, aportando sentido a un espacio político tan reclamado por la sociedad.
Ello implica la modernización de las instituciones políticas de la unión. Europa no es más que un dinosaurio que se pierde en la burocracia, y la Comisión Europea debe convertirse en el verdadero gobierno de los europeos.
Hay que reforzar la figura del Presidente de la Comisión, para que sea elegido por el Parlamento Europeo sin que tenga que haber un acuerdo previo entre los distintos jefes de Estado o de Gobierno y pueda actuar como Presidente de Europa.
A su vez, reducir el número de comisarios para permitir un mayor dinamismo en la toma de decisiones de la Comisión y que también sean elegidos por el Parlamento Europeo para reforzar su legitimidad democrática.
También, el Parlamento Europeo debe reformarse para que ejerza de cámara legislativa y así, los eurodiputados tengan también la capacidad de iniciar proyectos legislativos en el ámbito de sus competencias, dando la posibilidad de participar en el trámite parlamentario a la propia Comisión.
De este modo los ciudadanos pueden identificar a grupos parlamentarios y eurodiputados individuales con la presentación de iniciativas legislativas de calado, reforzando por tanto el vínculo entre el representante y el representado y la capacidad de votar en las elecciones europeas en función de los programas políticos defendidos y desarrollados en el Parlamento Europeo.
24/04/14
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