Donald Trump dejará el poder el día 20 de enero con un claro legado: la erosión de la confianza pública en las instituciones de Estados Unidos, una mecha que ha quemado lentamente durante cuatro años, que estalló con el asalto al Capitolio y que promete seguir activa con Joe Biden en el poder.
El relato de la Presidencia de Trump en los libros de historia empezará seguramente por sus últimos días en el poder, cuando su desafío a las normas democráticas del país culminó en un intento de golpe de estado de sus seguidores e hizo realidad la «carnicería estadounidense» que él había descrito en su discurso de investidura.
Desde su primera campaña electoral, Trump fue dirigiendo guiños más o menos sutiles a los supremacistas blancos y otros extremistas de ultraderecha que le respaldaban, en una dinámica peligrosa que desembocó en el ataque al Congreso y que difícilmente se frenará simplemente con la llegada de Biden a la Casa Blanca.
Mientras a otros presidentes se les recuerda por sus logros legislativos o las guerras en las que se metieron, el legado de Trump estará atado por encima de todo a su afán de provocación, su desdén hacia la verdad y su tendencia autoritaria, que culminaron en un reto sin precedentes al resultado de las elecciones de noviembre.
A través del megáfono que hasta hace unos días le daba su cuenta de Twitter y mediante sus aliados en plataformas conservadoras, Trump fue convenciendo a sus simpatizantes de que las instituciones de Washington, los medios y las empresas tecnológicas trabajaban en contra de los intereses de sus seguidores.
Trump retorció los hechos a su antojo, con casi 30.000 mentiras o afirmaciones falsas a lo largo de su Presidencia, según el diario The Washington Post, hasta infundir en la mente de sus seguidores una narrativa casi bélica que perfilaba a sus críticos como «enemigos del pueblo».
El exmagnate inmobiliario no cumplió su promesa de «drenar la ciénaga» de Washington y, de hecho, benefició a muchos de los grupos de presión más poderosos; pero siguió vendiendo a sus votantes que estaba combatiendo a un supuesto «Estado corrupto” e infiltrado en la burocracia del Gobierno.
Esa teoría, llevada al extremo por algunos de sus seguidores más radicales, como los que creen en la teoría de la conspiración QAnon, sirvió de caldo de cultivo para la violencia de los últimos días, impulsada por la insistencia del presidente en que le habían robado las elecciones.
La estrategia de Trump fue tan eficaz que, incluso después del asalto al Capitolio, el 72 % de los votantes republicanos seguían cuestionando el resultado electoral y solo el 27 % del mismo partido confiaban aún en el sistema electoral del país, apunta otro sondeo de Morning Consult.
El éxito de ese movimiento dependerá en buena parte del rumbo que tome el Partido Republicano, que fue cómplice de Trump durante años y apenas ha empezado a experimentar una mínima fractura tras el asalto al Capitolio, como demuestran los diez congresistas conservadores que votaron a favor de abrirle un juicio político.
La pregunta para el Partido Republicano es: ¿Cómo dejarán atrás el culto a la personalidad que representa Donald Trump sin alienar a los votantes que se sintieron atraídos por él?
Las figuras que más pueden influir en el rumbo del partido es el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, el vicepresidente Mike Pence, o la gran esperanza republicana, Ted Cruz, cuyo nombre ya suena para liderar el partido en los comicios de 2024. Por eso su posicionamiento en el juicio político a Trump por el asalto al Capitolio será decisivo.
Aunque Trump ha perdido su principal altavoz con la suspensión de su cuenta de Twitter, nadie espera que guarde silencio tras abandonar la Casa Blanca, y ya ha amagado con crear su propia red social o iniciar un canal de televisión digital, que le permitirían mantener su movimiento activo.
¿Qué otro legado dejará la presidencia de Trump? Sin duda, la deriva aislacionista en la que ha colocado a Estados Unidos, que ha cerrado las puertas a los inmigrantes, disparado la competición con China y ralentizado la acción global contra la crisis climática quedarán en o anales de la historia.
Biden podrá revertir al menos parte de ese legado, pero no podrá hacer lo mismo con otro fruto significativo de la Presidencia de Trump: su nominación de más de 220 jueces federales, incluidos tres en el Supremo, que ocupan cargos vitalicios y coinciden con él en temas como el carácter ilimitado del poder presidencial.
Shannon O’Brien, experta en políticas de la Universidad de Texas, considera que para evitar que otro presidente vuelva a desafiar las instituciones tanto como lo ha hecho Trump, son urgentes «reformas en la burocracia» estadounidense, incluidos cambios en las leyes sobre nepotismo e indultos presidenciales.
Sin duda, EEUU tiene un largo camino por recorrer para volver a la senda de la estabilidad institucional y el alineamiento internacional. Y en Europa, y más concretamente España, tenemos un claro ejemplo de lo que nos puede pasar si los herederos del trumpismo llegaran al poder.