De Madrid ha salido una OTAN más grande, más fuerte, más militarizada y con una visión global mucho más amplia que la que tenía hasta ahora.
La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido histórica. De eso no cabe duda. No solo por el incremento exponencial de la reputación internacional de nuestro país, desde un punto de vista interno, sino porque ha vislumbrado el nacimiento de un nuevo orden mundial y una fuerte sacudida de las placas tectónicas de la geopolítica mundial.
En clave interna, la organización de la Cumbre de la OTAN ha confirmado, definitivamente, a España en el escaparate internacional con la etiqueta de ser un país fiable y eficaz en la organización de eventos. Toda una bocanada de aire fresco que nos catapulta en los principales índices de presencia y reputación internacional y da lustre a una diplomacia española de capa caída con las sucesivas administraciones del Presidente Rajoy.
La celebración de la Final de la Copa Libertadores de fútbol, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático o la propia cumbre de la OTAN han propiciado esa imagen impecable en contraposición, por ejemplo, con el desastre organizativo de París en la pasada final de la Champions League.
Los logros obtenidos por la delegación española son, también, indiscutibles. Se ha logrado la inclusión de la Ribera Mediterránea, el Sahel y el norte de África como una fuente de inestabilidad y un potencial elemento desestabilizador, reconociendo la amenaza a la “Integridad Territorial de los Aliados”, lo que implica una defensa implícita a la soberanía nacional de Ceuta y Melilla.
Y ha sido histórica, también, por los acuerdos alcanzados. La entrada de Suecia y Finlandia, el aumento del dos por ciento del gasto en defensa y las constantes referencias a China como un “desafío” y a Rusia como una “amenaza”, vislumbran lo que será la hoja de ruta de un nuevo e imprevisible escenario mundial.
De Madrid ha salido una OTAN más grande, más fuerte, más militarizada y con una visión global mucho más amplia que la que tenía hasta ahora, en un mundo dividido y polarizado que recuerda al viejo escenario de la Guerra Fría y que no tienen por qué coincidir con los intereses propios de la Unión Europea.
Pero que algo sea histórico no debe llevar aparejado, implícitamente en el imaginario colectivo, que sea precisamente bueno. Tras la cumbre de Madrid, parece que el viejo anhelo de una Europa como casa común de los pueblos, independiente y con su propia estrategia geopolítica en el mundo, deberá volver al cajón de los asuntos pendientes.