De un tiempo a esta parte, las expresiones Ciudad Inteligente y Smart Cityse han extendido por el globo. Nada parece más urgente que diseñar y construir la conjugación idónea entre comodidad de sus ciudadanos y su desarrollo tecnológico. Fruto de ello es el equivalente moderno a la carrera espacial entre Rusia y América en la que cada ciudad es un competidor. La medalla a la ciudad con más luces leds, a la que usa menos recursos fósiles, la ciudad con mejor movilidad urbanística y que hace uso del vehículo eléctrico, aquella que gestiona sus presupuestos con ayuda de la ciudadanía, la que recicla del modo más eficiente, o la que mejor integra vida social y trabajo, son solo algunos ejemplos.
Un ambiente de competición dado por valores de concienciación social, pero con un ojo en los rendimientos futuros. Porque la ciudad que mejor sepa adaptar su entorno a un problema específico podrá exportarlo, creando puestos de trabajo locales y haciendo más cómoda la vida de sus ciudadanos.
Amparados bajo unas normas, leyes y acuerdos comunes, estas ciudades modernas avanzan hacia la autogestión, el consumo local, y a la minimización de su propio impacto en la naturaleza mediante, ¿qué herramientas?
1. Una economía inteligente
Evidente que cuando hablamos de inteligencia no estamos atribuyendo características humanas a la economía o a cualquier otro ámbito. La economía no es inteligente per sé, pero sí podemos gestionarla entre todos del modo más eficiente posible, de una manera inteligente. El concepto smart, del inglés, ha sido adoptado de manera directa al resto de idiomas.
En el caso de la economía, los expertos destacan las ventajas de tener startups y Pymes que se arriesguen a probar nuevas fórmulas sobre la ciudad , y que la utilicen como granjas de experimentación de nuevas ideas; Por ejemplo, los empujones hacia la economía colaborativa mediante una aplicación que incluya el GPS para unir vendedor y comprador.
La siembra y crecimiento de hervideros empresariales integrados en la ciudad son necesarios, ya que son ellos los que impulsarán otros proyectos, como pueda ser una empresa que fabrique o instale postes de luz a los que podamos conectar nuestro vehículo eléctrico. O una que diseñe el tejido soterrado que soporte ese aumento de carga eléctrica distribuida.
Sin este tejido empresarial y este avance hacia la tecnología de la economía, resulta muy difícil visualizar la ciudad del futuro. La economía colaborativa, el crowfunding y las inversiones públicas en empresas locales son puntos clave para que esas ideas germinen y den como resultado una ciudad experta en la resolución de un problema específico como puede ser la recogida de muebles antiguos cuando sus propietarios ya no los usan, en lugar de su retirada completa.
2. Gestión inteligente del entorno
Mobiliario viejo, tecnología obsoleta, plásticos, papel… Cómo los residuos pueden ser procesados tras su uso, reaprovechados o reciclados, es un punto crucial en la gestión inteligente del entorno, que debe tratar de dar siempre una nueva vida a lo que antes se consideraba un desperdicio. Así, la inversión en una planta reciclado efectiva siempre será un acierto.
Pero dado que lo ideal es que los residuos no sean generados en un inicio, un ayuntamiento que fomente, pongamos como ejemplo, el uso del cristal en lugar de un envase desechable, estará haciendo más por el entorno que uno que invierta en la planta de reciclaje mencionada previamente. El pensamiento en el largo plazo y la planificación son claves.
Y en ocasiones la fórmula aceptada es la sencillez y la simplificación de los sistemas, que con el boom expansionista del petróleo hicimos demasiado complejos. Como ejemplo, el fomento de consumos de cosechas locales y las cosechas urbanas frente a la importación y exportación de alimentos.
3. Gobierno de la ciudad inteligente
Hace tiempo que se integraron las telecomunicaciones en los distintos marcos de gobierno, de modo que el ciudadano de a pie era capaz de acceder a la información facilitada por su ayuntamiento (por ejemplo, mediante una página web o un teléfono de contacto). Pero la gestión de las ciudades ha dado un paso más, ahora implica al ciudadano.
No son pocos los portales web y aplicaciones que distintos ayuntamientos del mundo han abierto para que los ciudadanos censados puedan votar sobre las cuestiones de sus ciudades. De este modo, la sociedad puede implicarse más en los proyectos de su alrededor, como pueda ser el reparto de un fondo social o diferentes ideas para la mejora de un parque.
Con estos votos, en ocasiones vinculantes y en otras meros objetos de escucha, se busca conocer cuál es la opinión de los ciudadanos. Aunque es más sencillo que ciudades con gran volumen de población alcancen antes un consenso y una masa crítica para elevar estos votos a los ayuntamientos, cada vez son más las ciudades que rompen esas barreras que existían con la ciudadanía. Más aún cuando los temas de votación y debate pueden surgir de los propios vecinos.
Es lo que ocurrió cuando un madrileño solicitó una votación para una propuesta de gasto asociada a puntos de recarga de movilidad eléctrica y ampliación de zonas verdes. Tras lograr los votos necesarios, el tema se elevó al ayuntamiento, donde se aprobó la partida. Haciendo que Madrid fuese un poco más sostenible; Y como esta, otras ciudades europeas.
4. Ciudadanos inteligentes
Pero hacer más digital una ciudad no es lo que la hace más inteligente. «El eje diferenciador entre una ciudad digital y una ciudad inteligente es, principalmente, la ciudadanía inteligente», dicen los expertos.
Y con inteligentes no nos referimos a que sean críticos, tengan curiosidad por cómo funciona la ciudad y deseen mejorarla haciendo uso de sus conocimientos sobre diversos temas. Pongamos como ejemplo la mejora de la calidad medioambiental y la disminución de la contaminación.
De haber preguntado a los habitantes estadounidenses de 1920, todoshabrían asegurado que el plomo era un metal más, una sustancia inocua que poco o nada tenía que ver con una posible contaminación.
Mucho menos con diversas enfermedades que ahora sí asociamos a este metal pesado. Curiosamente, los griegos sí conocían las consecuencias de su uso.
Para que la ciudadanía pueda tomar sus propias decisiones debe disponer de unos conocimientos básicos y una educación mínima. Algo de lo que en Europa podemos estar orgullosos, dados los ratios de escolarización y el descenso del analfabetismo. Así como la facilidad de acceso a las titulaciones. Pero no todo depende de los estados y de las políticas de altura.
Las ciudades y ayuntamientos tienen mucho que aportar a la educación continua de sus ciudadanos. Fomentando el uso de eventos culturales, atrayendo charlas de divulgación científica o impartiendo cursos sobre materias que puedan despertar su curiosidad y pasión hacia el conocimiento.
5. Movilidad inteligente
Objetivo educacional completamente imposible de cumplir si la ciudadanía no es capaz de desplazarse de un lugar a otro, si no puede acceder a un evento por la distancia o si las redes de transporte no son capaces de cubrir su necesidad. Es por eso que una ciudad inteligente debe contar con un plan de movilidad que permita a sus ciudadanos desplazarse con libertad.
Algo que implica necesariamente las mejoras continuas del transporte público, adaptando este a los usos y costumbres de su ciudadanía (que nunca permanece estática). Ampliaciones de barrios, redistribución de las zonas de ocio o aperturas de nuevos centros de oficinas, son factores que condicionan cómo debe adaptarse el transporte y sus diferentes combinaciones.
Pero la adaptación del transporte público a la ciudad es la consecuencia del diseño de la misma. En una hipotética ciudad construida sobre una calle recta sería absurdo el diseño de un trayecto de metro en forma de circunferencia, así como este tiene todo el sentido del mundo en una ciudad circular como a las que estamos habituados.
Pongamos de ejemplo una distopía con una ciudad que se niega a instalar postes de recarga para vehículos eléctricos en sus calles, y que prohíbe las electrolineras. El aumento de la contaminación y ruido en su núcleo harían que cada vez más las personas eligiesen vivir en la periferia, lo que traería consecuencias como el encarecimiento de los sistemas públicos de transporte.
O algo peor, obligaría a los actuales ciudadanos a buscar otros entornos urbanos más amigables para vivir, con la huida del talento que eso significa. Y es que la evolución de la ciudad determina no solo la red de transportes necesaria y posible, tanto pública como privada, sino el comportamiento de sus ciudadanos y su propio futuro.
Es por eso que ciudades como Ámsterdam no solo fomentan el uso del transporte eléctrico, sino que han establecido una escalada de actuacionespara delimitar dónde puede entrar un transporte que no lo sea. Para 2025, Ámsterdam será una ciudad con movilidad 100% eléctrica, con las ventajas medioambientales que supone, unidas a la economía que moverá la industria asociada.
La apertura de una ciudad a un aire más limpio y a los vehículos eléctricos será una fuente de puestos de trabajo. Francia creará más de 60.000 puestos de trabajo para 2030 tan solo fomentando la infraestructura. El vehículo eléctrico, además de ser el futuro, viene acompañado de ventajas indudables que ya no son objeto de debates, sino realidades.
No solo elimina la contaminación atmosférica. También elimina el ruido, reduce el estrés en los desplazamientos diarios y hace que los conductores estén más felices. Además, con un uso inteligente, las cuentas salen a la hora de invertir en un vehículo eléctrico.
6. Smart Living y la calidad de vida
Y es que ser feliz es un derecho del ciudadano que los ayuntamientos pueden lograr con acciones que mejoren la calidad de vida. Puntos mejorables sobre los que ya hemos hablado, como la reducción del ruido y la concentración de partículas tóxicas en la atmósfera. Y es que se puede catalogar cómo de inteligente es una ciudad en función de la limpieza de su cielo.
Un cielo limpio o unas calles silenciosas son factores que demanda la ciudadanía moderna, y si lo solicitan es por un motivo: el relax que trae la libertad de movimiento, el coche eléctrico, la ampliación de las zonas verdes, el aumento de puestos de trabajo… repercute en la felicidad de las personas.
La calidad de vida en las ciudades inteligentes es una consecuencia, indicativa de que los proyectos de mejora de la urbe están funcionando. Mejoras como la accesibilidad, el atractivo turístico o el aumento de actividades y talleres aportan un nivel de vida que el mundo todavía está conociendo, y que pronto ampliaremos con diversas mejoras.
Resulta muy complejo, en ocasiones, ser capaces de diseccionar dónde uno de estos puntos de acción concreto y comienza el siguiente. Y es que las sinergias creadas por la tecnología aplicada a cada caso hacen posible que grandes áreas de inversión mejoren aquellas que se encuentren alrededor.
Así como el vehículo eléctrico hacía más felices a sus conductores (y a todos los que no tienen que oír el ruido de un motor de combustión), estas mismas personas incidirán de manera positiva en este medio artificial al que llamamos ciudad, y de cuya integración con la naturaleza dependerá nuestra felicidad futura.
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