Nada garantiza, a priori, que cualquier día se repitan los asaltos a las vallas de las ciudades autónomas, que vuelvan a salir las pateras con migrantes desde las costas marroquíes con dirección a Canarias.
El pueblo saharaui es, por segunda vez tras la entrega a Marruecos en 1975, la víctima propicia de la reestructuración del orden mundial que se vive en el planeta tras la invasión rusa de Ucrania y la confrontación que China mantiene en el Pacífico con los Estados Unidos por Taiwán. La tercera pata, la africana, tiene como escenario principal el Sáhara Occidental. Y en los tres casos, la reestructuración tiene que ver con el papel político y militar de Estados Unidos.
Y es ahí, con el conflicto del Sahara Occidental de fondo, donde la diplomacia americana ha hecho más esfuerzos para que España y Marruecos se entiendan, aunque no se soporten, porque Marruecos es el principal aliado de la Casa Blanca para ostentar el control militar del norte de África.
De hecho, Marruecos tiene previsto incrementar un 6% su gasto militar para este año. Más de cuatro mil ochocientos millones de euros en armamento comprado a EEUU, lo que supone un 4% de su PIB nacional.
Así mismo, el Africom, el Mando Militar estadounidense para África que se encuentra en Stutgart, pronto se trasladará a una base marroquí, la de Tan Tan, a 25 kilómetros de la costa atlántica y 300 de nuestras islas. Ello implicaría que, además de la vigilancia militar, esa base también se ocupará de controlar el tránsito de los superpetroleros que llegan a Europa siguiendo la ruta del Cabo de Buena Esperanza, así como los complejos energéticos del noroeste africano, incluida la red de gasoductos que atraviesan el Sáhara y el Sahel.
De ahí el giro copernicano de Pedro Sánchez acerca del posicionamiento tradicional de España con respecto al Sahara Occidental. Porque a día de hoy es imposible disociar cualquier decisión en el ámbito de la política internacional de la guerra que se libra en el centro de Europa. En el nuevo orden mundial, cuando las bombas dejen de caer sobre Ucrania, el mapa geopolítico de alianzas será otro muy distinto al que hemos conocido. España, con su apoyo a Marruecos, ya se ha posicionado en este nuevo tablero.
Sin embargo, el precio quizás haya sido demasiado alto. Sacrificar al pueblo saharaui, otra vez, renunciando a los posicionamientos históricos de la diplomacia española es gastar una de las últimas balas que le quedaban en la recámara para presionar a Marruecos.
Porque nada garantiza, a priori, que cualquier día se repitan los asaltos a las vallas de las ciudades autónomas, que vuelvan a salir las pateras con migrantes desde las costas marroquíes con dirección a Canarias, que sigan llegando a Tarifa las lanchas rápidas cargadas de hachís, que se corte el tráfico de pasajeros en el Estrecho o que los pesqueros españoles dejen de faenar en los caladeros norteafricanos.